Cabeza 2. La locura del pelícano

La semana pasada empecé con lo que se supone que era una trilogía, la trilogía llamada genéricamente "Cabeza". En la primera parte titulada Mi cabeza, aquí y ahora (psicodelia), ya comentaba que había perdido la tercera parte, titulada "Oda a la Ñ", y la verdad, sigo sin haberla encontrado, así que seguiré investigando y a ver si la puedo encontrar entre algún disco duro ajeno para la semana que viene, por el momento os dejo con esta locura llamada La locura del pelícano. Aunque bueno, tal vez de leer esta historia hasta os alegréis de no leer la tercera parte, lo comprendería...


Solo se vive una vez, y otra, pero tal vez no más de dos veces se dice que uno debe tener la ciencia en la conciencia, solo si uno suma otro puede ser que el pequeño relámpago suntuoso actúe sobre ese techo tan bajo en las alturas tan altas que hay ahí arriba. El primer momento es un sitio donde nadie dice que ha estado pero yo se que ha estado tomándose un respiro en lo que se dice que es una terraza al aire acondicionado. Ese frío que hace aquí fuera solo es comparable al calor que hace en el polo norte, comprando una estufa paso mucho frío pero una vez la enciendo ya estoy muy congelado, lo mejor que se puede hacer en este momento es pegarse un baño en la bañera de lava porque me derrito por tocar el pi, que no es más que tres coma catorce quince noventa y dos, que no es más que las matemáticas elevado a un tanto por ciento de química devaluada en unos estatutos partidos en particiones partidas de parte de el señor que parte para un lugar partido el corazón en dos por unas circunstancias que nadie sabe por que el noveno de todos los malos consejos que me dieron es como un circo en el que el payaso llora más que un loro que no para de hablar aunque este debajo de un lago mojado por plumas de llanto, así que ten en cuenta que si no sufres no tienes estomago, ni hambre, ni ganas de hacer ejercicio, ni tan solo dos piernas con las que andar por los brazos de la vida que son más largos que Bertin Osborne y más buenos que un día sin pan. Todo lo que se tiene que decir es que no porque si dices que si no será lo mismo que si tienes un pequeño paquete en el estuche de mercancías sinuosas, pequeñas, antropófagas, sensibleras y sin poder tener menos peligro que una liebre libre de libertad.