Los 8 candados
Gracias a la colaboración de Inés Perada puedo presentaros este fantástico cuento que espero os guste tanto como me gustó a mi.
Han cerrado la estación. Bueno, en realidad la cerraron hace un par de años, cuando el progreso consiguió que un tren fuera a 250 por hora (o más) y decidieran que la vieja estación no podía recibir esas máquinas veloces y modernas. A mí me gustaba. Mucho más que la nueva, con mucho diseño, blanca y muy fría. Había ido y venido muchas veces desde allí, desde mi favorita, y sus andenes me recordaban viajes de placer, de trabajo, escapadas secretas que nadie supo nunca…
Las estaciones tienen ese hálito romántico que las hace especiales. ¿A quien no le gustan? Sirven para muchas cosas: despedidas, reencuentros, lágrimas y risas, incluso para hacer canciones y rodar películas, sobre todo de esas de llorar. Aunque la película romántica por excelencia esté rodada a los pies de un avión... Siempre nos quedará París. Incluso diría que hasta sirven para subir y bajar de los trenes cuando llegas al punto de origen o destino...
Paseaba yo por las cercanías de la vieja estación sin uso, imaginándome escenas (una también tiene corazón bajo el aparente escepticismo), pensando cuantas personas vivieron allí momentos dulces y terribles, preguntándome donde quedará toda esa energía que se genera en los momentos en que uno se siente vivo. Porque de eso estoy segura. La energía es lo único que hace que sintamos, que lloremos, que nos enamoremos y que veamos la vida de colores o gris marengo (nunca he sabido que rayos es gris marengo). Y cuando nos abandona, es cuando sabemos que vamos a morir.
Andando despacio por la acera me fijé en esas vallas metálicas de aluminio verde trenzado que evitan que los suicidas consigan sus propósitos, y que estaban situadas en paralelo a las vías hasta que éstas se perdían en un túnel bajo la ciudad, un poco más allá. Ya no hay vías, pensé, son vallas inútiles. Y de pronto, los vi. Primero me extrañó. Un candado de medio tamaño, de esos que suelen ponerse en las maletas para evitar que algún gracioso te las abra y te fastidie las vacaciones. Luego me di cuenta de que había algunos más adelante. Conté hasta ocho. No conseguía imaginar para qué y por qué y abstraída como estaba en mirarlos no me fijé en un señor mayor que se paraba cerca de mí.
- Cuando yo era algo más joven, esta ciudad tenía muchos soldados. Aquí venían de todas partes de España y eran poco más que chiquillos. Algunos incluso era la primera vez que salían de sus pueblos. España no era como ahora ¿sabes?
- Sí- contesté - Lo sé…
- Era algo habitual que cuando se licenciaban, como una especie de ritual, dejasen los candados cerca de las estaciones, momentos antes de coger el tren para no volver en mucho tiempo o quizá nunca, como una hermosa metáfora de su libertad... Ahora hay pocos, porque han quitado muchas vallas, pero cada uno de ellos, pertenece a una historia, con nombre y apellidos, de algún muchacho que dejó aquí la prueba de su alegría por acabar con ese tiempo perdido de sus vidas.
- ¿Cree que se acordarán alguna vez de ese candado que dejaron? - dije mirando al viejo.
- Suena romántico. Posiblemente, no. Pero no deja de ser bello mirarlos e imaginar ¿verdad?...
Sonreí y pensé que sí, que ese pequeño momento de su vida, quedó ahí durante años y quien sabe hasta cuando seguirá estando. Hasta que tiren la vieja estación cerrada y con ella las vallas inútiles. Le di las gracias y seguí caminando. Pequeños momentos que no pasan a la historia. Intrascendentes y bellos.
Ahora, cada vez que paso nunca dejo de mirarlos... Apenas unos segundos en los cuales, aquel día y aquel muchacho, vuelven a revivir. Porque es verdad que nada ni nadie muere si alguien sigue recordándote.
Los 8 candados
Han cerrado la estación. Bueno, en realidad la cerraron hace un par de años, cuando el progreso consiguió que un tren fuera a 250 por hora (o más) y decidieran que la vieja estación no podía recibir esas máquinas veloces y modernas. A mí me gustaba. Mucho más que la nueva, con mucho diseño, blanca y muy fría. Había ido y venido muchas veces desde allí, desde mi favorita, y sus andenes me recordaban viajes de placer, de trabajo, escapadas secretas que nadie supo nunca…
Las estaciones tienen ese hálito romántico que las hace especiales. ¿A quien no le gustan? Sirven para muchas cosas: despedidas, reencuentros, lágrimas y risas, incluso para hacer canciones y rodar películas, sobre todo de esas de llorar. Aunque la película romántica por excelencia esté rodada a los pies de un avión... Siempre nos quedará París. Incluso diría que hasta sirven para subir y bajar de los trenes cuando llegas al punto de origen o destino...
Paseaba yo por las cercanías de la vieja estación sin uso, imaginándome escenas (una también tiene corazón bajo el aparente escepticismo), pensando cuantas personas vivieron allí momentos dulces y terribles, preguntándome donde quedará toda esa energía que se genera en los momentos en que uno se siente vivo. Porque de eso estoy segura. La energía es lo único que hace que sintamos, que lloremos, que nos enamoremos y que veamos la vida de colores o gris marengo (nunca he sabido que rayos es gris marengo). Y cuando nos abandona, es cuando sabemos que vamos a morir.
Andando despacio por la acera me fijé en esas vallas metálicas de aluminio verde trenzado que evitan que los suicidas consigan sus propósitos, y que estaban situadas en paralelo a las vías hasta que éstas se perdían en un túnel bajo la ciudad, un poco más allá. Ya no hay vías, pensé, son vallas inútiles. Y de pronto, los vi. Primero me extrañó. Un candado de medio tamaño, de esos que suelen ponerse en las maletas para evitar que algún gracioso te las abra y te fastidie las vacaciones. Luego me di cuenta de que había algunos más adelante. Conté hasta ocho. No conseguía imaginar para qué y por qué y abstraída como estaba en mirarlos no me fijé en un señor mayor que se paraba cerca de mí.
- Cuando yo era algo más joven, esta ciudad tenía muchos soldados. Aquí venían de todas partes de España y eran poco más que chiquillos. Algunos incluso era la primera vez que salían de sus pueblos. España no era como ahora ¿sabes?
- Sí- contesté - Lo sé…
- Era algo habitual que cuando se licenciaban, como una especie de ritual, dejasen los candados cerca de las estaciones, momentos antes de coger el tren para no volver en mucho tiempo o quizá nunca, como una hermosa metáfora de su libertad... Ahora hay pocos, porque han quitado muchas vallas, pero cada uno de ellos, pertenece a una historia, con nombre y apellidos, de algún muchacho que dejó aquí la prueba de su alegría por acabar con ese tiempo perdido de sus vidas.
- ¿Cree que se acordarán alguna vez de ese candado que dejaron? - dije mirando al viejo.
- Suena romántico. Posiblemente, no. Pero no deja de ser bello mirarlos e imaginar ¿verdad?...
Sonreí y pensé que sí, que ese pequeño momento de su vida, quedó ahí durante años y quien sabe hasta cuando seguirá estando. Hasta que tiren la vieja estación cerrada y con ella las vallas inútiles. Le di las gracias y seguí caminando. Pequeños momentos que no pasan a la historia. Intrascendentes y bellos.
Ahora, cada vez que paso nunca dejo de mirarlos... Apenas unos segundos en los cuales, aquel día y aquel muchacho, vuelven a revivir. Porque es verdad que nada ni nadie muere si alguien sigue recordándote.
5 Dejaron su granito de arena...
preciosa historia, sin duda, hasta yo misma me he imaginado como debe ser, el ver un simple candado e imaginar la vida de la persona que lo dejó, esos momentos dificiles, aquellos alegres, en fin... creo que seria una forma bonita de cerrar (por asi decirlo) algunos momentos malos, felices, tristes... de nuestra vida, um... creo que simplemente se quedaria en un gesto y nada mas, no creo que fuesemos capaces de olvidarlos, pero así nos aseguraremos de que nadie nos los robe.
Desde ya mismo, te mereces un link!!
Un besazo y gracias por visitarme!!!
Poniendome al día...
Hermosa historia, pero todavía me estoy riendo con las estafadoras... jajajaja
Saludos,
Karolina
¿Por qué los edificios públicos nuevos han de ser fríos? ¿Por qué el diseñador y las autoridades piensan más en su ego que en las necesidades de los ciudadanos y su ciudad?...
Creo que, si acaban tirando la vieja estación, la protagonista podría llevarse los candados y colocarlos en la nueva.
Eyyyyyyy bonita historia, me encanta, especialmente un trocito del final !Hasta que tiren la vieja estación cerrada y con ella las vallas inútiles. Le di las gracias y seguí caminando. Pequeños momentos que no pasan a la historia. Intrascendentes y bellos" mmmm genial
Besitos
Que linda la historia.Para mi también el olvido es una especie de muerte,el total abandono..Saludos.
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